lunes, 6 de diciembre de 2010

Una Anécdota Pretérita, Perfecta y Simple.

A finales de los 90, yo tenía el tiempo y las ganas de ir a dar charlas en nombre de Amnistía Internacional. Al principio, el contacto era siempre a través de la oficina de Donoso Cortés, pero cometí el error de darle mi teléfono particular a una profesora de instituto, y éste empezó a rular como la falsa moneda por entre los docentes de Ética.

Fue así que llamaron a mi casa para solicitar una charla en un colegio público al Este de Madrid, de cuyo nombre me acuerdo perfectamente pero no voy a acordarme. Fijamos fecha y hora, y me dieron las indicaciones oportunas para llegar: coger un autobús en Avenida de América y preguntar al conductor por una determinada parada, que -me aseguraron- estaba prácticamente a la puerta del colegio.

No sé qué falló, pero el caso es que desde el sitio que me indicó el conductor hasta el centro había 20 minutos a pie, por lo que llegué 15 minutos más tarde de lo pactado (y sudando). Ya en portería noté que la señora me miraba con cierta mala uva, impresión que se confirmó cuando apareció el director y, a voces, me dijo que tenía a todo el alumnado metido en el salón de actos desde hacía un rato. Yo le presenté mis más humildes excusas y le sugerí que comenzásemos la charla. Pero aquel señor no estaba satisfecho. Me pasó a su despacho y me siguió echando en cara mi tardanza y el perjuicio que les estaba causando.

Yo, lo admito, también me estaba calentado, por lo que le indiqué al caballero que, de entrada, me tratara con un cierto respeto y dejara de tutearme. Su respuesta. airada, fue que yo no tenía que darle a él clases de cómo se hablaba castellano. A todo esto, apareció la profesora que me había invitado, pero ella, lejos de intentar poner paz y propiciar que empezáramos con la charla, se limitó a unirse a su jefe en el aluvión de reproches.

El caso es que estábamos enzarzados en esa absurda discusión que no llevaba a ninguna parte, hasta que, en un momento dado, el director me suelta: "porque tú dijistes", a lo que repliqué de inmediato: "dijiste, se dice dijiste, no dijistes".

En ese mismo instante, fui expulsado de aquel colegio, entre un mar de insultos varios. El director en persona me acompañó hasta la misma verja, en un trayecto en el que -sinceramente- me temí que me iba a llover un guantazo.

-¡Y ya tendrá Amnistía Internacional noticias mías!-fue la despedida del sujeto.

Hoy, 12 años después, sigo en espera de tales noticias.

En mi descargo, he de decir que, en decenas de charlas en nombre de Amnistía Internacional, ha sido el único incidente digno de mención que he tenido.

Y, en cualquier caso, yo ya le había aconsejado a aquel señor que dejara de tutearme.